Hoy
vamos a volver al hilo conductor de la historia del Gnomito. Creo que haré así,
ir alternando historias sobre mis recuerdos, con historias actuales.
Hoy
voy a hablar de mi cesárea. Como ya conté en la entrada sobre el tercer
trimestre de embarazo, teníamos una fecha, un día “D”. En Gnomito venía de
nalgas y nacería por cesárea programada el 30 de agosto de 2012.
Me
había informado bien de cómo sería el procedimiento. No era mi parto ideal,
como ya conté, pero bueno, pensé que en la vida hay que aceptar las cosas como
vienen. En mi caso la vida me ha llevado por un camino largo y escabroso para
conseguir tener un hijo, que además nacería por cesárea. Bien. Lo asumo y lo
acepto. Sabía que no me pondrían al niño al pecho nada más nacer, se lo
llevarían a Papi y él podría hacer piel con piel con el bebé, hasta que yo
volviera de reanimación. Estaba contenta porque Papi pudiera vivir esa
experiencia. Si no la podía vivir yo, quién mejor que él para poder vivirla,
verdad?
Solo
tenía un “come-come” en la cabeza. Nuestros padres. Como buenos padres que son,
cuya hija/nuera se va a someter a una operación quirúrgica, querían estar a
nuestro lado. Pero a mi me obsesionaba que los 4 abuelos pudieran disfrutar de
mi hijo, verle, tocarle, achucharle, besarle….antes que yo. Que cuando me
subieran a la habitación, ésta estuviera llena de gente, y no poder disfrutar
de la intimidad de estar los 3 solitos, conociéndonos, llorando si era
necesario. Por eso hablamos con nuestros padres. No sé si lo entendieron, pero
lo respetaron. Les pedimos que no subieran a la habitación con Papi y el
Gnomito hasta que yo volviera de reanimación.
El
día anterior, yo andaba ya muy nerviosa, nos pasamos el día por ahí, con mis
padres, con mi hermana, con unos amigos que vinieron a vernos…cualquier cosa
con tal de no estar en casa viendo pasar los minutos.
Yo
pensé que no pegaría ojo, pero conseguí dormir más o menos bien hasta las 5 de
la mañana, a esa hora ya me entraron los nervios y no pude volver a dormirme.
Tenía que ingresar en el hospital a las 7 de la mañana.
Ese
momento de salir de casa…camino al hospital, sabiendo que todo cambiaría cuando
volvieras a cruzar esa puerta, que tu vida nunca sería igual, que nos íbamos
dos, y volveríamos tres…ese momento es inolvidable, emocionante.
Al
llegar al hospital me hicieron una ecografía, me decían que si se había
colocado bien en el último momento, me volvía a casa a esperar a ponerme de
parto. Yo, con los nervios vividos, ya no soportaba la idea de volver a casa
sin mi bebé y aún con el bombo, así que ya puestos, deseaba que siguiera de
nalgas. Y así era. Tras unos minutos en monitores, empezaron a prepararme.
Dios
mío, qué nervios tenía. Ahí, metida en la cama, desnuda, con un gorrito en el
pelo…cagadita de miedo. El camillero paseándome hacia el quirófano. Ya estaba
sola, excepto por el camillero. Me acababa de despedir de Papi, me agarró la
mano y me dijo “hasta luego”…tenía ganas de llorar. Pero me daba corte llorarle
al camillero.
Llegué
a la puerta del quirófano y ahí me aparcaron, hasta que empezaron a llegar
enfermeras, a ponerme una vía, etc. Y de repente una enfermera me reconoce por
el nombre. “Soy la prima de Alberto” (uno de los mejores amigos de Papi). ¡Por
fin una cara amiga! (aunque yo no la conocía de nada…pero el oír que alguien te
llama por tu nombre cuando estás tan sola, indefensa, y cagada…es como su fuera
tu amiga de toda la vida). Me decía que era la enfermera que atendería al
Gnomito al nacer. Me advirtió que no le oiría llorar, y que se lo llevarían
inmediatamente al nacer, para estimularle a que rompiera a respirar, ya que al
no ser un parto, el niño no reaccionaría espontáneamente. Menos mal que me lo
advirtió, si no hubiera pensado que el niño nacía mal.
Cuando
por fin entro a quirófano, la anestesista. Uffff! La epidural. Qué grima me
daba pensar en ese pinchazo en la espalda….milagrosamente…no sentí nada! Creo
que me debió de poner algo de anestesia local antes de pinchar a la médula,
porque no sentí nada de nada.
Mientras
me empezaba el hormigueo por las piernas, me pusieron los brazos en cruz, y me
llenaron los brazos de cosas. Una de esas cosas marcaba mis pulsaciones en un
monitor. A toda leche. A veces hasta sonaba una alarma de lo rápido que me iba
el corazón. Estaba muerta de miedo, nerviosísima. Me daba cierta vergüenza que
todos los que había en quirófano lo supieran (el monitor chivato).
Me
ponen una sábana delante de la cara para que no vea la operación. Ya me cago
del todo. Esto ya va a empezar. Noto el roce de sábanas por las piernas. Ay
Dios, van a empezar y yo todavía siento cosas. “Por favor, esperen que todavía
siento!”. Qué tonta. Al parecer solamente me estaban poniendo sábanas en las
piernas, y sondándome. Poco a poco voy dejando de sentir nada.
Y
de repente, escucho, al otro lado de la sábana “vamos a empezar”. En ese
momento cerré los ojos fuerte esperando sentir el corte del bisturí…pero no.
Nada. A los pocos minutos empiezo a notar cosas. No es dolor, para nada. Siento
que están tirando de mis entrañas, parece que me van a sacar las tripas. Llegué
a pensar que junto al Gnomito sacarían mi estómago…qué sensación. Me apretaban
las costillas. Jolín, debía estar bien agustito dentro el Gnomito porque
forcejearon bastante hasta sacarlo. Las sensaciones eran desagradables, aunque
no sentía dolor.
De
pronto la “enfermera amiga” sale pitando con mi hijo envuelto en unas mantas.
Yo la miro. Me mira ya en la puerta del quirófano y me deja ver, de lejos, la
coronilla de mi bebé. Sale por la puerta. Ya no estoy pendiente de qué me están
haciendo a mi, supongo que sacar la placenta, coserme, qué se yo. Yo solo miro
la puerta por la que ha salido mi hijo. Y de repente lo oigo. Le oí llorar al
otro lado de la puerta. Y lloré. Lloré sola en el quirófano sin que nadie
reparara en ello, y respiré tranquila. A los pocos minutos la “enfermera amiga”
vino con el Gnomito, me lo acercó y pude verle la carita y darle un beso,
aunque tenía los brazos llenos de cosas y no pude tocarle. Ya se lo llevaban a
Papi.
Volví
a centrarme en qué narices me estaban haciendo. Mi corazón seguía a dos mil por
hora, pero por fin terminaron conmigo. Empecé a temblar. Parece ser que es un
efecto muy frecuente de la epidural. Era incapaz de controlarme, temblaba
muchísimo, no podía casi ni hablar!
Me
llevaron a reanimación. Yo esperaba estar allí un ratito, no sé, una hora? A
cada minuto trataba de mover un dedo del pie, pensé que en cuanto se me pasaran
los efectos de la anestesia podría reunirme con mi bebé y con Papi. Pasaba el
tiempo, yo ya movía las piernas perfectamente y nada, que no me sacaban de
allí. Estuve la friolera de 6 horas!!!!! Me había subido mucho la tensión, y
por eso me tenían en observación hasta que se me normalizara. No recuerdo mucho
de esas horas, creo que me debían tener algo sedada, porque no se me hizo tan
largo como cabía esperar. Durante ese tiempo, vino a verme un amigo que trabaja
en ese hospital, y también Papi, que me enseñó fotos de nuestro pequeño en el
móvil. Me contó que había podido tener al niño piel con piel, y que el
pobrecito le buscaba el pecho, pero que no le habían dado ningún biberón.
Finalmente cedimos a que entraran los abuelos a estar con Papi y el Gnomito,
eran muchas horas y los pobres ya habían dado 50 paseos alrededor del hospital
y tomado 20 cafés. Solo les pedimos que cuando me llevaran a la habitación, se
fueran, para poder conocernos los 3 como familia, en la intimidad y solitos.
Y
así fue. Cuando por fin me dijeron que ya me llevaban a mi habitación…no daba
saltos de alegría porque no podía, pero los daba mentalmente. Me moría de ganas
de tener a mi hijo en brazos, de verle, tocarle, besarle, ofrecerle mi pecho…
Y
por fin, 6 horas después de su nacimiento, pude encontrarme con mi Gnomito, y
con Papi….
Es cierto que cuando estas asustada el encontrar a un conocido ayuda mucho, es como si te sintieses más protegida o por lo menos acompañada.
ResponderEliminarQué majos tus padres/suegros que aguantaron sin ver al niño hasta que vosotros les dijisteis.
Un beso.