lunes, 17 de junio de 2013

Mi cesárea I

Hoy vamos a volver al hilo conductor de la historia del Gnomito. Creo que haré así, ir alternando historias sobre mis recuerdos, con historias actuales.
Hoy voy a hablar de mi cesárea. Como ya conté en la entrada sobre el tercer trimestre de embarazo, teníamos una fecha, un día “D”. En Gnomito venía de nalgas y nacería por cesárea programada el 30 de agosto de 2012.
Me había informado bien de cómo sería el procedimiento. No era mi parto ideal, como ya conté, pero bueno, pensé que en la vida hay que aceptar las cosas como vienen. En mi caso la vida me ha llevado por un camino largo y escabroso para conseguir tener un hijo, que además nacería por cesárea. Bien. Lo asumo y lo acepto. Sabía que no me pondrían al niño al pecho nada más nacer, se lo llevarían a Papi y él podría hacer piel con piel con el bebé, hasta que yo volviera de reanimación. Estaba contenta porque Papi pudiera vivir esa experiencia. Si no la podía vivir yo, quién mejor que él para poder vivirla, verdad?
Solo tenía un “come-come” en la cabeza. Nuestros padres. Como buenos padres que son, cuya hija/nuera se va a someter a una operación quirúrgica, querían estar a nuestro lado. Pero a mi me obsesionaba que los 4 abuelos pudieran disfrutar de mi hijo, verle, tocarle, achucharle, besarle….antes que yo. Que cuando me subieran a la habitación, ésta estuviera llena de gente, y no poder disfrutar de la intimidad de estar los 3 solitos, conociéndonos, llorando si era necesario. Por eso hablamos con nuestros padres. No sé si lo entendieron, pero lo respetaron. Les pedimos que no subieran a la habitación con Papi y el Gnomito hasta que yo volviera de reanimación.

El día anterior, yo andaba ya muy nerviosa, nos pasamos el día por ahí, con mis padres, con mi hermana, con unos amigos que vinieron a vernos…cualquier cosa con tal de no estar en casa viendo pasar los minutos.
Yo pensé que no pegaría ojo, pero conseguí dormir más o menos bien hasta las 5 de la mañana, a esa hora ya me entraron los nervios y no pude volver a dormirme. Tenía que ingresar en el hospital a las 7 de la mañana.
Ese momento de salir de casa…camino al hospital, sabiendo que todo cambiaría cuando volvieras a cruzar esa puerta, que tu vida nunca sería igual, que nos íbamos dos, y volveríamos tres…ese momento es inolvidable, emocionante.

Al llegar al hospital me hicieron una ecografía, me decían que si se había colocado bien en el último momento, me volvía a casa a esperar a ponerme de parto. Yo, con los nervios vividos, ya no soportaba la idea de volver a casa sin mi bebé y aún con el bombo, así que ya puestos, deseaba que siguiera de nalgas. Y así era. Tras unos minutos en monitores, empezaron a prepararme.

Dios mío, qué nervios tenía. Ahí, metida en la cama, desnuda, con un gorrito en el pelo…cagadita de miedo. El camillero paseándome hacia el quirófano. Ya estaba sola, excepto por el camillero. Me acababa de despedir de Papi, me agarró la mano y me dijo “hasta luego”…tenía ganas de llorar. Pero me daba corte llorarle al camillero.
Llegué a la puerta del quirófano y ahí me aparcaron, hasta que empezaron a llegar enfermeras, a ponerme una vía, etc. Y de repente una enfermera me reconoce por el nombre. “Soy la prima de Alberto” (uno de los mejores amigos de Papi). ¡Por fin una cara amiga! (aunque yo no la conocía de nada…pero el oír que alguien te llama por tu nombre cuando estás tan sola, indefensa, y cagada…es como su fuera tu amiga de toda la vida). Me decía que era la enfermera que atendería al Gnomito al nacer. Me advirtió que no le oiría llorar, y que se lo llevarían inmediatamente al nacer, para estimularle a que rompiera a respirar, ya que al no ser un parto, el niño no reaccionaría espontáneamente. Menos mal que me lo advirtió, si no hubiera pensado que el niño nacía mal.
Cuando por fin entro a quirófano, la anestesista. Uffff! La epidural. Qué grima me daba pensar en ese pinchazo en la espalda….milagrosamente…no sentí nada! Creo que me debió de poner algo de anestesia local antes de pinchar a la médula, porque no sentí nada de nada.
Mientras me empezaba el hormigueo por las piernas, me pusieron los brazos en cruz, y me llenaron los brazos de cosas. Una de esas cosas marcaba mis pulsaciones en un monitor. A toda leche. A veces hasta sonaba una alarma de lo rápido que me iba el corazón. Estaba muerta de miedo, nerviosísima. Me daba cierta vergüenza que todos los que había en quirófano lo supieran (el monitor chivato).
Me ponen una sábana delante de la cara para que no vea la operación. Ya me cago del todo. Esto ya va a empezar. Noto el roce de sábanas por las piernas. Ay Dios, van a empezar y yo todavía siento cosas. “Por favor, esperen que todavía siento!”. Qué tonta. Al parecer solamente me estaban poniendo sábanas en las piernas, y sondándome. Poco a poco voy dejando de sentir nada.

Y de repente, escucho, al otro lado de la sábana “vamos a empezar”. En ese momento cerré los ojos fuerte esperando sentir el corte del bisturí…pero no. Nada. A los pocos minutos empiezo a notar cosas. No es dolor, para nada. Siento que están tirando de mis entrañas, parece que me van a sacar las tripas. Llegué a pensar que junto al Gnomito sacarían mi estómago…qué sensación. Me apretaban las costillas. Jolín, debía estar bien agustito dentro el Gnomito porque forcejearon bastante hasta sacarlo. Las sensaciones eran desagradables, aunque no sentía dolor.
De pronto la “enfermera amiga” sale pitando con mi hijo envuelto en unas mantas. Yo la miro. Me mira ya en la puerta del quirófano y me deja ver, de lejos, la coronilla de mi bebé. Sale por la puerta. Ya no estoy pendiente de qué me están haciendo a mi, supongo que sacar la placenta, coserme, qué se yo. Yo solo miro la puerta por la que ha salido mi hijo. Y de repente lo oigo. Le oí llorar al otro lado de la puerta. Y lloré. Lloré sola en el quirófano sin que nadie reparara en ello, y respiré tranquila. A los pocos minutos la “enfermera amiga” vino con el Gnomito, me lo acercó y pude verle la carita y darle un beso, aunque tenía los brazos llenos de cosas y no pude tocarle. Ya se lo llevaban a Papi.

Volví a centrarme en qué narices me estaban haciendo. Mi corazón seguía a dos mil por hora, pero por fin terminaron conmigo. Empecé a temblar. Parece ser que es un efecto muy frecuente de la epidural. Era incapaz de controlarme, temblaba muchísimo, no podía casi ni hablar!

Me llevaron a reanimación. Yo esperaba estar allí un ratito, no sé, una hora? A cada minuto trataba de mover un dedo del pie, pensé que en cuanto se me pasaran los efectos de la anestesia podría reunirme con mi bebé y con Papi. Pasaba el tiempo, yo ya movía las piernas perfectamente y nada, que no me sacaban de allí. Estuve la friolera de 6 horas!!!!! Me había subido mucho la tensión, y por eso me tenían en observación hasta que se me normalizara. No recuerdo mucho de esas horas, creo que me debían tener algo sedada, porque no se me hizo tan largo como cabía esperar. Durante ese tiempo, vino a verme un amigo que trabaja en ese hospital, y también Papi, que me enseñó fotos de nuestro pequeño en el móvil. Me contó que había podido tener al niño piel con piel, y que el pobrecito le buscaba el pecho, pero que no le habían dado ningún biberón. Finalmente cedimos a que entraran los abuelos a estar con Papi y el Gnomito, eran muchas horas y los pobres ya habían dado 50 paseos alrededor del hospital y tomado 20 cafés. Solo les pedimos que cuando me llevaran a la habitación, se fueran, para poder conocernos los 3 como familia, en la intimidad y solitos.

Y así fue. Cuando por fin me dijeron que ya me llevaban a mi habitación…no daba saltos de alegría porque no podía, pero los daba mentalmente. Me moría de ganas de tener a mi hijo en brazos, de verle, tocarle, besarle, ofrecerle mi pecho…


Y por fin, 6 horas después de su nacimiento, pude encontrarme con mi Gnomito, y con Papi….

1 comentario:

  1. Es cierto que cuando estas asustada el encontrar a un conocido ayuda mucho, es como si te sintieses más protegida o por lo menos acompañada.
    Qué majos tus padres/suegros que aguantaron sin ver al niño hasta que vosotros les dijisteis.
    Un beso.

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